Por Alex Trincado Haro En un lugar de la meseta en 1940 se halla una colmena, una colmena repleta de personas encarceladas en una falsa realidad, engañadas y encerradas de todo contacto con el mundo exterior. La agitación constante de las alegrías de los innumerables panales ocupados por gente analfabeta, inculta, pero feliz con su ignorancia, la actividad diversa e incesante de la multitud, el esfuerzo despiadado e inutil, las idas y venidas con un ardor febril, el sueño ignorado fuera de las cunas que ya acecha el trabajo de mañana, el reposo mismo de la muerte, alejado de una residencia que no admite muertos ni tumbas, esta colmena -situada concretamente en Hoyuelos- la observará con perplejidad Ana, una niña pequeña, que con una mirada de asombro, apartará la vista con espanto y truculencia. Esta colmena fue esculpida por el cineasta español Víctor Erice, realizador poco reconocido que cuenta con dos largometrajes de ficción, su ópera prima “El espíritu de la colmena” de 1973 y “El