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El espíritu de la colmena: el cine como educación primaria

Por Alex Trincado Haro




En un lugar de la meseta en 1940 se halla una colmena, una colmena repleta de personas encarceladas en una falsa realidad, engañadas y encerradas de todo contacto con el mundo exterior. La agitación constante de las alegrías de los innumerables panales ocupados por gente analfabeta, inculta, pero feliz con su ignorancia, la actividad diversa e incesante de la multitud, el esfuerzo despiadado e inutil, las idas y venidas con un ardor febril, el sueño ignorado fuera de las cunas que ya acecha el trabajo de mañana, el reposo mismo de la muerte, alejado de una residencia que no admite muertos ni tumbas, esta colmena -situada concretamente en Hoyuelos- la observará con perplejidad Ana, una niña pequeña, que con una mirada de asombro, apartará la vista con espanto y truculencia.


Esta colmena fue esculpida por el cineasta español Víctor Erice, realizador poco reconocido que cuenta con dos largometrajes de ficción, su ópera prima “El espíritu de la colmena” de 1973 y “El sur” de 1983. Su visión bucólica y poética por partes iguales es la que se va a analizar a través  de su primera película realizada.


El espíritu de la colmena es una alegoría de la falsa realidad donde viven las abejas y sus personajes, con una puesta en escena donde podemos visualizar tecnicismos que crean un contexto colorído de tono amarillo-miel, junto con elementos decorativos organicistas que sucumben ante la sensación de habitar dentro de una colmena de verdad. Las abejas viven reprimidas en un transcurso reciclado de la vida, a merced del personaje de Fernando Fernan Gómez, quien adopta el rol de apicultor, encarcelando a las abejas en un sistema autosuficiente para sacar sus propios beneficios. El pueblo, como hemos descrito al principio, funciona de la misma manera, sometida al inicio de la dictadura, propiciado por un colmenero, el cual se encargará directamente de que ese pueblo siga en una total ignorancia para ostentar el poder durante años.


Las personas crecen y se crían en una aldea donde no hay futuro, donde el único encarrilamiento con la vida es persistir en esta y reciclar tu evolución con la de tus hijos. Los habitantes del pueblo están en una “eikasia” platónica, donde se limitan a la mera observación falsa de las cosas, sin poder evolucionar y llegar a un nivel de intelectualidad y de autocrítica propia. El término de platón  permite crear una analogía con un pueblo donde reina la ceguera propiciada por el franquismo, donde todos los habitantes están incapacitados para evolucionar social y culturalmente  Ellos viven con las falsas sombras que hacen de crepúsculo de la realidad. ¿Pero qué pasa sí puede haber un medio de conocimiento estético en el que se puede alcanzar un alto grado de la verdad, una herramienta para poder evolucionar prematuramente y poder crear una vía de escape de esa “eikasia” para ir más allá de la incapacidad de distinguir el valor de las cosas? Estoy hablando del cine, un arte que se caracteriza como educación estética para las personas, en concreto de las dos niñas que quieren ensalzarse en aras del conocimiento como todo ser humano promiscuo e ignorante.


El séptimo arte es para ellos un milagro del que alegrarse, se puede observar al inicio de la cinta: los niños corren al camión donde se transporta el cinematógrafo, felices por descubrir un mundo nuevo. Frankenstein de 1931 dirigida por James Whale es la película que creará un campo de cuestiones mortales que trascenderán en las dos protagonistas, convirtiendo sus vidas en algo más profundo e intangible, la cuestión del más allá les ha llegado, y eso las quiebra espiritualmente y las prepara para un viaje cosmológico de descubrimiento.


La película estadounidense es presentada con la cita oral “Esta película habla de los grandes misterios de la creación: de la vida y de la muerte”, concepto que podemos superponer a la película española.


Ana, la niña representada por Ana Torrent, asocia rápidamente a la muerte con el doctor Frankenstein, tal es su pensamiento que va a buscarlo en una pequeña masía vacía abandonada en medio del campo durante varias incursiones de la película. Aquí radica la primera duda existencial de la niña, ella quiere saber lo que es la muerte, pero no encuentra una metodología para entenderlo, por eso duda en si mantenerse firme delante de las vías mientras pasa el tren.



Recordemos que el dilema existencial que se crea proviene del arte del cinematógrafo, el cual es representado como una educación, pero Erice no lo pone tan fácil, porque realmente ¿es bueno el efecto que ha tenido en Ana? El cine es una herramienta muy poderosa, pudimos ver su efecto en la vida real con la película muda de David Wark Griffith “El nacimiento de una nación”, donde resucitó al KKKlan. En el espíritu de la colmena esta educación es un medio de transición para causar un salto de un estado cualitativo a otro. Si ponemos en práctica la filosofía platónica como hemos hecho anteriormente, se puede observar el estado de “eikasia” de la niña, que se limita a la mera observación y a la incapacidad de distinguir las cosas. Justamente después de ver una obra cinematográfica, pasará a ser un estado de “pístis”.


Esta fase de conocimiento se compone principalmente por la percepción de los sentidos y lo que puede ser referido como mundo, todo causado por la pregunta de la muerte. Siuna película puede provocar ese efecto de transición, hay que tener en cuenta la posibilidad de que pueda existir otro salto hacia un estado de conocimiento superior, todo esto evidentemente gracias al séptimo arte, un arte que puede servir como educador estético del hombre.


El filósofo alemán Friedrich Schiller decía que el artista es un máximo representante de la sociedad gracias a su capacidad para transfigurar su percepción con el mundo de forma subjetiva y que pueda llegar a trascender y a acercarnos un poco más a la belleza, donde las personas pueden encontrarse ante un estado superior gracias al arte. Si a esto le sumamos la capacidad educativa intelectual y perceptiva sobre la vida, tenemos un arte mayor que tiene un poder increíble, pero ese poder se tiene que ser usado responsablemente ya que puede llegar a causar desastres físicos (como el renacimiento del Ku Klux Klan) o mentales (como el desorden existencial de Ana).


Ana quiere buscar a Frankenstein, quiere saber qué es la muerte, pero en cambio de esa representación literal encuentra a un maqui fugitivo, que realmente se acerca bastante al término que busca, ya que el maqui encuentra la muerte a los pocos días. La niña sigue buscando hasta el punto en el que pone en riesgo toda su integridad física. Con un ímpetu de exploradora, se abalanza hacia las oscuridades de la noche, al lado de un estanque, donde finalmente puede conocer a Frankenstein. Este se presenta en una escena donde no se puede ver lo que pasa, ya que Erice corta con una elipsis de pocas horas, ¿qué pasa en ese encuentro? Lo que se puede decir con certeza es que Ana ha conocido a la muerte, no la ha alcanzado porque sigue viva, pero ha podido ordenar sus cuestiones sobre la mortalidad.


Esto se puede observar en el mágico final, donde Ana abre las puertas que durante toda la película han permanecido herméticas, creando una pared de colmena. Su apertura es atravesada por la figura de la niña, quién empieza a decir repetidamente “Soy Ana”, creando un ritual con el que puede interactuar con la muerte cuando quiera, la respuesta de esta es un sonido imposible de un tren atravesando las vías en medio de una noche apartada de la estación de tren. Evidentemente un final donde únicamente se implantan dudas, que refuerzan la valentía y la poesía de toda la obra cinematográfica, ¿Ana ha alcanzado otro grado de conocimiento? o simplemente está recordando su verdadera muerte que sí sucedió cuando no se apartó de las vías?






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