Por Juan Casas Marí
Uno de los grandes milagros que ocurren en
el cine es cuando éste se convierte en un instrumento de enseñanza y de apoyo
hacia aquellos individuos que han sido pasados por alto a lo largo de la
Historia, mostrándonos situaciones ocultas para la mayoría o ensalzando a
héroes anónimos para que no caigan en el olvido. Jon Garaño, Aitor Arregi y
José Mari Goenaga ya habían probado ese modelo de cine, dándole una vuelta de
tuerca original a historias que creíamos conocidas, pero desde una perspectiva
más humana. Dan muestra de ello en Handia (2017), donde se retrataba a
través de la Primera Guerra Carlista el cómo se presumía de algo tan horrible
como es aquello y que no es algo que sea para echarse medallas al cuello, o en Loreak
(2014), donde un acto de bondad desinteresado sacude la cotidianidad de un
grupo de personas, haciendo que reflexionen sobre el amor, el paso del tiempo y
su papel en la vida.
Por su parte, en La trinchera infinita (2019), han adoptado una mano más intimista y claustrofóbica para retratar la Guerra Civil y el Franquismo desde el punto de vista de los llamados “topos”, personas que permanecieron ocultas en sus casas, escondidas por miedo a que les mataran a ellos y a sus seres queridos por las represalias que pudiera acarrear su ideología y lo que se cometió por ella. Ya Alfonso Ungría y José Luis Cuerda evocaron las vivencias de los “topos” en El hombre oculto (1971) y Los girasoles ciegos (2008), respectivamente.
En el caso que nos ocupa, La trinchera
infinita, nos traslada a una narración episódica de la vida de Higinio,
quien con la ayuda de su esposa Rosa, estará escondido en su casa durante más
de 30 años. Desde esta posición se retratan estos hechos cotidianos propios de
la esfera privada, importantes y trascendentales para conocer y comprender el
pasado. Además, la película no se limita a recrear y a utilizar este pasado
histórico como mero marco referencial, sino que también realiza un análisis
psicológico y social de sus protagonistas. Así pues, es una manera de hacer
microhistoria, es decir, de analizar las vivencias de personas concretas que no
pueden ser ignoradas y ser condenadas al silencio. A partir de esta dimensión individual,
la singularidad y cotidianeidad del individuo se enmarca en el contexto de su
época.
Todo empieza en la Andalucía de 1936,
cuando el bando de los sublevados comienza la búsqueda y captura de aquellos
quienes apoyan al bando republicano, con ello comenzará la huida de Higinio y
su posterior confinamiento, no sin antes haber sido acusado por su vecino, y
por ello casi llevado a fusilar.
Vemos en los diálogos que se suceden que la película no es clemente a la hora de mostrar la lucha entre ambos bandos, pues nuestro protagonista ha estado envuelto en quemas de iglesias e incluso asesinatos a altos cargos, por lo que no cuenta con la confianza de todo el pueblo. Pero a pesar de ello, Higinio siempre contará con el amor recíproco que su esposa Rosa siente por él. Ese amor es algo clave en la película y fundamental para la supervivencia de ambos, pues ambos lo dan todo por encima de sus capacidades con tal de que puedan salir ilesos de su situación. Llegando a que nuestro protagonista piense si entregarse para que a ella no le pasara nada o a que Rosa sea llevada a comisaría, y ver como su valentía hace que Higinio olvide sus miedos en muchos momentos. Pero, aunque se quieran, su amor se verá puesto a prueba por distintas situaciones.
Pasa el tiempo sin que nos demos cuenta y
la guerra ya ha acabado, pero el peligro sigue ahí fuera. Con la ayuda de su
padre, Higinio se cambiará de casa, dando lugar a una de las mejores escenas de
la película, y es que el torrente de emociones que desprende es magistral. Se
trata de la escena en la que nuestro protagonista mira, sin saberlo, su último
atardecer en 30 años y aprovecha ese momento de libertad, en un escenario en el
que los guardias que le perseguían podrían haberle matado, el sentirse libre
era lo más importante en ese momento. Sus metas de ver el mar no se cumplirán y
ese atardecer mirando al horizonte será lo más cercano que verá en toda su
vida.
Tras esos planos tan abiertos viviendo
cada segundo, comienza un nuevo encierro y un nuevo capítulo, protagonizado por
la muerte, en el que se narra el entierro del padre de Higinio y el primer
resquebraje del amor de la pareja debido a la pasividad de Higinio ante lo que
le pase a su esposa. Eso le afecta a Rosa gravemente, y acaba recriminando a su
esposo que está muerto en vida y que ya no sabe ni quién es. Aquí vemos como él
se va dando cuenta de eso y notamos su progresiva conversión en alguien
anónimo, la afirmación de Rosa cobra forma cuando empieza a ver el espíritu de
su padre decepcionado. Higinio, muerto en vida, empieza a ver muertos, y no
será la última vez. Pero éste no parece apreciar aún los esfuerzos de los demás
y seguirá actuando egoístamente, aunque aún con esa actitud seguimos empatizando
con la soledad que siente. Nada parece cambiar para él, pero el mundo que ve sí está cambiando, y cada vez los recuerdos de su pasado son más distantes.
Incluso ve como su hijo tiene lo que ellos no pudieron tener, como el viaje a
Marbella y esas vistas tan ansiadas del mar. Pero lo dicho no quita que
entorpezca vivir a los demás debido a su desconfianza con el mundo exterior, no
dejando que su esposa o su hijo se codeen con gente desconocida o relacionada
con la Guardia Civil.
Su situación hace que se crea el centro
del mundo, pero no ve lo que su esposa ni los de su alrededor hacen soportando
esa carga, deben de fingir todo el rato y aguantar los constantes insultos y
dudas de Higinio sobre su seguridad. Esas situaciones hacen que la tensión
familiar tenga momentos en los que explote y se le digan verdades dolorosas a
nuestro protagonista, como puede ser el hecho de que si saliera no pasaría
nada, algo que es una verdad a medias.
Es una verdad a medias porque aún quedan personas que han arrastrado los acontecimientos de esta guerra hasta la actualidad, ya sea por venganza, como podemos ver con el personaje del vecino, o incluso en la actualidad con casos como el mostrado en documentales como El silencio de otros (2018), donde hay familiares que solo buscan saber dónde se encuentran sus parientes desaparecidos. En el caso que nos ocupa, esa España llena de odio aún remanente se representa en el vecino de Higinio y nos hace ver qué aunque el odio tal vez sea minoritario, es algo que no hay que tolerar y que puede generar mucho daño a su alrededor.
Tras deshacerse del problema del vecino, a nuestro protagonista le queda un último reto que afrontar, salir. El día 1 de abril de 1969 se declara la amnistía para todos los actos cometidos en la Guerra Civil, pero Higinio aún tiene miedo al exterior por temor a las represalias, no tanto por presagios de muerte, sino porque le aterra en lo que ha podido convertirse dicho exterior y los que lo habitan. Eso le hace preguntarse el qué pasará cuando abra la puerta ¿Será acribillado por un odio como el que su vecino le profesaba? ¿O será aclamado como un héroe? Sus respuestas quedan respondidas ante la abrumadora nada que ve, no hay vítores ni aclamaciones, solo hay una aplastante indiferencia y un “buenos días”. Aunque haya ganado, es una víctima y un héroe que estará relegado a un doloroso segundo plano. Y es que, a pesar de esos 30 años de vida que no tendrán un peso notorio en la historia, “la vida sigue igual”, como dice la canción de Julio Iglesias que sonaba al principio de este último capítulo. Por suerte, el cine puede recuperar su historia y hacer que no olvidemos semejante sacrificio silencioso que otros tantos sufrieron.
BIBLIOGRAFÍA
Barrenetxea Marañón, I., 2019. EL PASADO INCÓMODO. UNA REFLEXIÓN SOBRE LA
II REPÚBLICA, LA GUERRA CIVIL Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLA A TRAVÉS DEL CINE.
Cuadernos Republicanos, (102), pp.págs 81-112.
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