Por Luis Beltrán Nebot
Sergio Leone, director insignia del Western Europeo, es reverenciado por muchos como el artífice de personajes solitarios, de películas lúdicas y violentas, de largas escenas de duelos, de los primerísimos primeros planos, del manejo magistral de la ya magistral música de Ennio Morricone, de las parejas de compañeros imposibles, etc. Uno de esos autores reverenciados tanto por el público, como por la crítica, como también, por los expertos en la técnica cinematográfica. Leone consiguió, con una obra empaquetada en papel de molonería, crear un bello discurso sobre el asentamiento de los estadounidenses en el oeste, sobre la amenaza del asentamiento de una nueva sociedad, sobre la soledad y sobre el papel de la violencia en la ficción y la realidad.
Vamos a empezar por el principio, por la evolución del oeste en sus cinco spaghetti western, en la que el cambio en los valores y el poder evoluciona de película en película significativamente. En la primera de sus obras sobre la llegada de los colonos al oeste, Por un puñado de dólares (1964), Leone presenta un poblado dominado por dos familias enfrentadas por el dominio y, en el medio de ellas, el forajido protagonista que intentará hacerse con unas cuantas monedas en el flirteo entre los dos núcleos. Los primeros conquistadores asentarán el poder por la violencia a través de la fuerza incondicional de los clanes, remitiendo a unos valores estables de familia y fraternidad. Pero la figura del “Hombre sin nombre” ejerce de contrapunto con los valores contrarios, en este prima el dinero sobre el respeto a sus semejantes o a cualquiera, representando al mito literario de los primeros conquistadores solitarios, los que por sus propios medios y esfuerzo crearon su fortuna.
En su segunda obra, La muerte tenía un precio (1965), el caos se amplifica. Las familias, núcleos dominados por un patriarca que comparten lazos de poder, son sustituidos por una banda de criminales, estabilizados por medio del respeto en un líder y los lazos que los atan a él, aguantado porque los bandidos no son más que seres individuales, sumidos en la violencia y con el ansia inscrita en el dinero y la muerte. Enfrentados a ellos encontramos a dos forajidos que tienen que unir fuerzas para vencerlos y, así, poder enriquecerse. Mientras que los valores cristianos tradicionales decaen, el oeste deja de ser, paradójicamente, un espacio alejado de los solitarios, incapaces de enfrentarse a un grupo numeroso probablemente porque estos grandes grupos comprenden cómo piensan y actúan al ser similares a ellos. La muerte tenía un precio, es una de las apabullantes victorias de La Derrota al sueño americano y al individualismo, todavía vivos en nuestra actualidad, resurgidos como el ave fénix de la esclavitud.
Pero el juego con la individualidad no terminaría en esta película, su siguiente y probablemente la más popular, nos transportaría a un mundo en el que el enfrentamiento se efectúa entre tres hombres, El bueno, el feo y el malo (1966). ¿Cuál sería el eslabón que representa esta película en la concepción de la historia del oeste por Leone si está protagonizada por estos tres forajidos? La respuesta está en el entorno y, sobre todo, en un par de detalles. En primer lugar, observamos la aparición de la ley como órgano ejecutor del castigo. El Bueno y el Feo engañan al poder judicial, entregando al Feo para cobrar su recompensa y, a la hora de la ejecución y por medio de la destreza del Bueno, salvarlo y compartir el dinero. En segundo lugar, la figura del ejército y de la guerra. Estos serán los dos nuevos órganos de sumisión y poder, la llegada de la civilización del este al oeste -ya veíamos estas dos instituciones en su primer spaghetti western, pero eran circunstanciales e inútiles-, para “terminar” de una vez por todas con la violencia.
En su cuarta obra sobre el oeste, Hasta que llegó su hora (1968), está representada la llegada de la civilización de forma definitiva, que viaja sobre las vías que se están construyendo por todo el país. En él, llegan nuestro héroe y heroína, cada uno por su lado, uno clamando venganza, la otra en busca de una vida nueva. Leone retrata la cumbre de la soledad: la nueva élite social, la burguesía, utiliza el dinero y la violencia para pasar por encima de los antiguos habitantes de la zona en pos de llevar la modernidad; así, el crimen cae de forma diagonal, de los altos a los bajos, para que estos últimos no estropeen sus planes. Nuestros dos héroes son obligados a la soledad, ya no hay seres solitarios, solo les queda la resignación o la venganza hacia los ejecutores de las tretas del empresario. En esta película, la justicia es un medio más para el paso apisonador de los poderosos, regidores desde lo alto de una torre de cadáveres. Pero Leone permite a su villano, Frank, que acabe con el yugo que le intenta poner su jefe, matándolo, el poder de la violencia se enfrenta al poderoso que todavía no controla frontalmente la violencia.
Por último, su quinta película, la que cerraría también el ciclo del oeste de Leone y en la que nos centraremos en este escrito, ¡Agáchate, maldito! (1971), cambió de entrada el discurso que había fraguado en las cuatro anteriores películas. Esta se sitúa en México en mitad de la Revolución, en una zona apartada de la guerra. Es relevante tener en cuenta el contexto y escenario escogido por Leone para esta película, una inspiración alejada de las grandes epopeyas del oeste de Hollywood. Juan, el líder bandido de un grupo formado por sus hijos y su padre, su familia, son presentados al espectador atrapando a unos gringos que escapan del caos de la revolución, robandoles la diligencia en la que viajaban. Acto seguido, las explosiones inundan la zona del valle en la que se encuentran y aparece un hombre tapado encima de una moto. Juan lo ve como una oportunidad para robar el Banco del Estado e intenta pararlo. La primera parte de la película es un jugueteo entre los dos protagonistas, Juan, el bandido, y John, el irlandés experto en explosivos, en el que el primero daña la moto del segundo para que este no se vaya y John le hace agujeros a la diligencia de Juan como venganza y disconformidad con el plan. Todo esto acompañado de la juguetona música de Morricone que se aleja de la épica de sus anteriores películas.
Es la misma música y una escena bastante inquietante en la que Juan está a punto de ser asesinado por un guardia del tren las que cambian el tono de la obra. ¡Agáchate, maldito! es una cinta compleja, que muta de tono constantemente, es una obra poderosamente enérgica y emotiva que impacta por el contraste de sus partes. Así, en esta parte adquiere un tono más serio, Juan y John tienen que inmiscuirse en los asuntos de la revolución por la abundancia de militares en la ciudad en la que se encuentra el banco que quieren atracar. De este modo, consiguen su cometido, pero al entrar en la batalla por el poder, no pueden sino sumergirse en ella. Así, se vuelven a enlazar con la historia del oeste de Leone, la estabilización de una sociedad centralizada, de una vez por todas, con el poder militar como órgano de violencia. Aquí no aparece la justicia, como tampoco aparece la capacidad del individuo para cambiar nada, todo es violencia y muerte. Para ello, es relevante tener presente la escena en la que John le muestra a Juan un mapa de México para explicarle el gran alcance nacional de la Revolución y Juan afirma que su única patria es su familia. Además de la desconfianza que muestra en los líderes, refuerza esta idea de incapacidad de transformación, ampliando la visión decadente que tienen sobre el estrato social.
De hecho, Leone nos presenta que la esperanza es vana enlazando dos secuencias contrapuestas, en la que la primera escena es una pequeña victoria para los protagonistas en la que se palpa la alegría, mientras que en la segunda, es un gran golpe estremecedor donde la tragedia abraza el metraje. Podemos verlo tres veces en la película: en la escena en la que Juan y John consiguen parar al ejército enemigo en el puente, por medio del fuego de ametralladora, y el de una gran explosión. Acto seguido, Juan llega a la cueva donde se habían escondido su familia y el resto de los revolucionarios que le acompañaban y los encuentra a todos muertos. Más tarde, John salva del fusilamiento a Juan, capturado por los contrarrevolucionarios, aunque acto seguido todos los demás prisioneros son ajusticiados inclementemente como insectos, también en diagonal, desde la plaza a los hoyos donde los mantenían encerrados, una escena cruel e impactante como pocas. Y, por último, tras conseguir parar el tren de los militares con un choque frontal del tren vacío conducido por el Dr. Villega y casi masacrarlos en ese mismo instante, John es asesinado a manos del villano de la cinta delante de los ojos de Juan.
Estos tres instantes son primordiales para la cinta y su entramado, en el primero podemos ver el dualismo soledad/solitario que Leone arrastraba desde su primera película. Juan es abocado a la soledad tras arrasar a toda su familia en la cueva, pierde su estrato de bandido y se convierte en un líder revolucionario. Es un hombre abocado a la soledad. Por otro lado, pensamos que John es un héroe solitario a lo “Hombre sin nombre” de la Trilogía del dólar, pero no es así, tiene más similitudes con Armónica (Hasta que llegó su hora), de hecho, la forma de presentar su historia es muy similar, a base de flashbacks. Aunque la del vengador es más ambigua en un principio y la de John evoluciona de una historia de ensueño al más cruel final a una revelación muy triste. John pertenece al IRA, al igual que su “gran amigo”, pero las autoridades pillan a este último y hacen que testifique contra sus compañeros, obligando a John a matarle. John, al igual que Juan, es otro hombre abocado a la soledad. El papel de la sociedad, un conjunto de personas que conviven, paradójicamente hace de los seres humanos seres solitarios.
Por otro lado, el trato de la violencia ya no es el mismo. En las obras anteriores podemos ver un tratamiento lúdico de los disparos al ser rápidos, estruendosos y exagerados, vemos la violencia en un montaje frenético sin recaer en la recreación, como un aspecto más de la historia. En ¡Agáchate, maldito! cambia radicalmente y, aunque al principio los disparos y las explosiones crean un ambiente juguetón, en la escena de la masacre todo se vuelve radicalmente serio. Leone presenta una panorámica en la que, como hemos dicho ya antes, los soldados fusilan a los prisioneros que se encuentran en zanjas muy hondas, la cámara se desliza en un largo travelling lateral en el que el horror se mantiene. Aquí ya no hay planos fugaces: el maestro italiano nos hace mirar la masacre de un pueblo, lentamente. Del mismo modo, cuando en la escena final el villano mata John, en una escena radicalmente fuerte por su carga emotiva, Juan lo acribilla con la ametralladora pero, aquí, el enfoque es totalmente diferente; Juan no deja de disparar a el villano, deslizándolo hacia atrás con un toque cómico, hasta que desaparece detrás de la colina. Tarantino, como gran fan de Leone, ha tratado este tema en Erase una vez en Hollywood (2019), en el que la violencia en la ficción puede ser algo divertido (o no), pero que fuera de esta es algo desgarrador e inhumano.
Es inevitable recaer en la figura del villano; como hemos visto antes, estos pasan de ser las familias, a las bandas, al individuo, al empresario y sus contratados. Pero el villano de esta cinta es completamente diferente, es un personaje sin líneas de guión, oficial del ejército revolucionario, alto y escuálido, con una mirada hostil y desafiante, vestido con una gabardina negra larga que conduce al espectador a la inevitable relación con la Gestapo. La deshumanización de este personaje concuerda con la brutalidad del conflicto, es la representación del mal, no el mal humano, sino el que está por encima de todo.
Por último, la figura de la traición es un tema central en la obra. Podemos ver como John es traicionado por su amigo, agrandado este dolor al descubrir que estaban en una relación amorosa juntos con una mujer. Así, no puede dejar de juzgar al Dr. Villega, al que ve cometiendo el mismo acto que cometió su amigo, traicionando a la Revolución y dejando que los contrarrevolucionarios fusilen a sus antiguos compañeros delante de sus propios ojos. El Dr. Villega al final podrá redimirse sacrificándose en el choque frontal entre trenes, utilizando el gran símbolo de la civilización como arma contra el poder militar. La redención a John y a Juan les llegará por la propia amistad que trazan entre ellos. La traición de la amistad será fuertemente penada en la cinta, ya que la amistad se vislumbra aquí como la única forma de terminar con el sufrimiento innecesario de la realidad, como la única forma de tener momentos felices en un mundo hostil, como la parte ficcional que mejora la realidad.
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