Por Luis Beltran Nebot
Si hacen sufrir es porque sufren.
El eucalipto se contonea al son del viento. Solo. En la altura. Lejos de los árboles autóctonos del bosque, o del sotobosque, que sufren por la inadaptación de este. Sus extensas raíces no dejan agua para los demás árboles mientras él lucha por sobrevivir en una tierra que no le está preparada; una tierra en la que se siente como un marciano, de la que no puede escapar porque está anclado a ella.
Amador sale de la cárcel. El asiento del autobús le tapa la cara. No quiere volver. Había sido condenado por provocar un incendio. Nadie le espera. En los montes gallegos, la puerta de la finca, hecha con un viejo somier, esconde la casa donde se encuentra su madre, con su pequeña huerta, con las vacas y con Luna, la perra. Un lugar plagado de grandes imágenes, un lugar de pastos en el que se respira tranquilidad, de la que no puede huir.
Amador sale de la cárcel. Trata de reconstruir su vida. Solo. Trabaja en casa de su madre, en la huerta y con las vacas. Deja cazuelas en el suelo para recoger el agua de lluvia. Aviva las brasas. Lleva a su madre al pueblo. Sale a pasear a las vacas para que pasten. Pero, milagro, una se queda atrapada en el barro, en una pequeña charca. Amador tienen que pedir ayuda. Llama a la veterinaria. Y allí se presenta Elena, una mujer que ha tenido que estudiar para poder vivir en el pueblo, en el campo, en la tranquilidad.
Amador sale de la cárcel y el distanciamiento al que había intentado acogerse se fractura. El ser humano necesita relacionarse. Es un axioma. Ya lo decían los griegos. El amor y la aceptación son las cuerdas que nos atan a la sociedad putrefacta del rencor y el perdón. El juicio y la moral regia terminan con los sueños de reinserción y reeducación con los que una parcheada Europa llegó a soñar. ¿Quién reeduca a las víctimas? Amador necesita una aceptación, y, aunque rehúya de la que le ofrecen sus nuevos vecinos, la busca en una persona que es nueva en el pueblo, que le recuerde lo menos posible el acto que cometió.
Amador sale de la cárcel. Mientras unos le gritan que si Tienes fuego, Amador?, otros se refieren a él como Es un buen tío, pero no lo tuvo fácil. Mientras le culpan de haber atentado contra la salud del bosque, él mira como la tala de árboles indiscriminada se acepta como algo de lo más normal. Mientras todos le miran mal, él ya no los mira.
Amador se encuentra solo. Su madre se esconde debajo de las mantas. Tiene miedo. Él, se esconde detrás de las llamas. También tiene miedo. Se siente diferente, no está hecho de la misma pasta que los demás, quiere soltar sus pasiones, lo que se esconde más aferrado en su interior. Quiere ser él, pero pudiendo disfrutar también de lo que tienen los demás: amigos, amor, tranquilidad, preocupaciones, proximidad, etc.
Amador se encuentra tan solo dentro del coche que la luna delantera de este refleja el exterior, que le ensombrece y oculta el rostro, mientras se cruza los camiones de bomberos que van a toda velocidad en dirección contraria a la suya. Las grandes imágenes poseídas por la niebla, de tinte romántico, solitarias y sublimes, se funden en las imágenes del humo arrasándolo todo, antecediendo a las llamas, a la explosión de lo reprimido, de lo apartado.
Amador sale de la cárcel. Va al pueblo a acompañar a su madre a un entierro, y mientras la viuda le dice a esta que ojalá todo mejore, unos muchachos bastante creciditos le hacen bromas con el fuego. Amador va al pueblo, otra vez, en busca de su sueño de encajar, se enfrenta a lo que ha estado huyendo para ver a la que está buscando, pero esta última ahora se ha diluido con lo anterior. Ya no queda nada, solo prejuicios.
Amador sale de la cárcel. Sufre. Intenta progresar. Intenta cambiar. Pero vuelve a sufrir. Amador sufre. Inazio sufre. Se está quemando la casa que tanto le ha costado reformar. Su futuro. Amador sufre. Los vecinos sufren. El pueblo sufre. Pero nada cambia. Los sueños terminan, se mueren, y la gente sufre. Odian y prejuzgan. Inazio odia. Amador e Inazio sufren. Benedicta sufre. Si hacen sufrir es porque sufren. Los eucaliptos no están tan solos, probablemente se lleguen a tocar con sus raíces.
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