IRREVERSIBLE: Profanando el tiempo
El tiempo lo destruye todo.
Ominoso mensaje el de la cinta, vale, pero antes de destruir nada, algo deberá haber sido construido. Noé insinúa que todo vuelve, todos somos arrojados a nuestra suerte en el mundo sin tener opción a reclamar. Pero hay que volver a luchar, volver a vivir, volver a empezar. Aunque, de nuevo, para volver a empezar primero tendremos que haber ido a algún sitio. Entonces, estamos atados a un eterno círculo por una especie de destino, como parece querer indicar el final/principio del largometraje, con esos aspersores girando y girando, sugiriendo las vueltas que ha dado la propia película y la vida, poniendo en GRANDE «el tiempo lo destruye todo». ¿Acaso estamos condenados a un eterno retorno del que no podemos salir una vez movidas las primeras fichas, condicionados de forma irreversible por males que, como enfermedades, asolan nuestra sociedad?
Desde luego Noé parece con ganas de gritárnoslo. Allá por mitad de la cinta, el personaje de Mónica Bellucci, Alex, afirma haber leído un libro que defendía una tesis parecida, según la cual, nuestro destino ya está escrito de forma irremediable, deducción sacada del carácter premonitorio de los sueños. Minutos de cinta después, o sea, horas antes, cuenta que tuvo un sueño con un túnel que se partía en dos, como ya sabemos que le pasará a ella, su pareja, su embarazo, su vida.
Los personajes de Noé, tanto en esta cinta como en el corto Carne y la película Seul contre tous, las cuales anteceden a esta en su propio mundo, bailan entre dos tipos de pensamiento y de acción, la racional convencional y la emocional individual. En Irreversible la dicotomía es evidente entre Pierre (Albert Dupontel) y Marcus (Vincent Cassel); mientras que el primero hace gala de ser un intelectual y filósofo, el segundo se comporta más de una vez como un animal impulsivo e irracional. Pierre se mueve dentro de lo intelectualmente convencional, de lo socialmente aceptado y valorado sobre todo dentro del academicismo; mientras que Marcus se mueve por lo animal siempre dentro de lo que su clase le permite, ya que como Pierre recuerda cada poco (y al final de la cinta la casa de Marcus refuerza) este es un burgués, y si se puede comportar así es porque puede permitírselo. Por eso es por lo que puede pagar a los chulos y gritar a la policía, igual que por estos motivos puede desfasarse con las drogas y la fiesta siempre dentro del entorno convenido para ello. Pero si Marcus nos parece aborrecible, Pierre lo es mucho más, utilizando la razón y el intelecto del que tanta gala hace para dejarse llevar y comportarse como un imbécil, hasta casi el acoso, con Alex (Mónica Bellucci).
Sin embargo, parece que los propios personajes más degenerados tengan una intuición retorcida e irracional de la condición destructora del tiempo, una intuición que se intenta combatir con el acto sacrílego de la violación y de las relaciones entre padres e hijas. El personaje del Carnicero, el obeso y desagradable hombre desnudo del primer diálogo, confiesa haberse acostado con su hija, a lo que su acompañante le responde «ah, el síndrome de occidente» sin dar más explicación. Todo esto en medio de la conversación desde la cárcel sobre las vueltas de la vida, el retorno, excusándose en que «no hay malas acciones, solo acciones», dando por entendido que actuamos de forma irracional por condiciones inalterables, y que la falsa razón, más propia, parece ser de intelectuales y burgueses que se fundamentan en la apariencia, es la que impone los conceptos de «bueno» y «malo», pero que estos conceptos son falsos más allá de lo circunstancial. Esto también se refuerza cuando el violador de Alex, la Tenia, le grita a esta que le llame papá durante la violación, en un ataque de irracionalidad y violencia sin control más allá del deseo animal de follar y destruir. Pero estos instintos expresados en el sexo siempre van ligados a las relaciones de poder.
La Tenia es un chulo que tiene sometidas a las mujeres. En un diálogo apenas audible se enfada cuando le dicen que no puede hacer algo porque «el tiempo pasa y eso ya no puede hacerse», enfurecido y frustrado actúa violentamente, primero contra la prostituta (que sabemos que es transexual, por lo que aún está en mayor posición de vulnerabilidad), y luego contra Alex. Con esto, oponiéndose al efecto del tiempo, carga contra la sociedad y el sistema que en teoría le perjudica y oprime, culpando a Alex por ser «burguesa», aunque no sepa nada de ella aparte de verla vestir bien, cebándose de esta sensación de injusticia a pesar del abuso que ejerce como chulo y violador (que tampoco es que sea muy diferente). Pero a la vez, parece dar salida a un instinto más primario, al «mal de occidente», a la violación de una hija, algo más joven y menos dañado que él, como una forma de escapar al tiempo destructor, de romper lo prohibido con respecto al tiempo y la sociedad para acceder a algo más inocente.
Esta misma idea la desarrolla Noé en las otras obras ya mencionadas, la de la pedofilia y la violación como escape por personajes que no se adaptan a la sociedad, personajes no buenos, pero tampoco del todo culpables, que se ven obligados a encajar en esquemas sociales en los cuales nunca han tenido una oportunidad de desarrollarse felizmente. No es que estos personajes (como el carnicero) no sean mezquinos y dignos de desprecio, desprecio que ellos mismo exudan hacia todo lo que les rodea, sino que a diferencia de Marcus en su entorno social, económico y comunitario, no encajan, no pueden estar bien, y esa incomodidad va a más hasta que explota, siendo la violación la forma más visceral y cruenta que se le ha ocurrido a Noé, que no perdona a nadie de la culpa excepto a las víctimas.
Ya lo dice el personaje de Pierre, al no poder dominar mediante la razón algo tan pasional como el sexo, que si eso es así se volverá «loco o pedófilo». La pedofilia y el incesto en estas películas es una escapada ilusoria a la degradación del tiempo, el carnicero con su hija, la Tenia con Alex, Pierre con su insinuación. Incluso Marcus (Vincent Cassel) le dice a Pierre que hay cosas que ya no puede aprender, que ya no puede dominar con su razón porque es demasiado viejo. Parece que el tiempo más que destruir muestra la verdad irracional y animal que hay detrás de cada uno, ocultadas sin éxito. Estas respuestas que van en contra de todo lo convenido socialmente y que podríamos llamar sano, son una respuesta de violencia y rebeldía contra eso. Estos hombres, a la sombra del mundo, creen que no tienen elección, que son arrojados y condenados por las circunstancias, y a su vez, plasman esta creencia, este sentimiento al incesto, volviendo mediante la violación a algo que ellos han creado, y que, por tanto, lleva existiendo menos tiempo. Intentan invertir la lógica del tiempo y la sociedad a la vez que dan salida a su frustración. Hombres atormentados que se mienten a sí mismos y a los demás, hombres paradójicamente sin excusa, pero también sin alternativa (según lo que Noé muestra).
No hay malas acciones, solo acciones
Esta idea tan radical que vertebra las primeras obras de Noé seguirá permeando sus futuros trabajos, por ejemplo, tratando temas similares, aunque evolucionados, en Enter the Void. Resulta imprescindible y enormemente característica la cámara del director argentino; esta, sin pensar en que probablemente haga vomitar a nuestro querido Carlos Boyero del mareo (puede que por eso se levantase gritando a la pantalla), resulta a la par fascinante y angustiosa, siguiendo íntimamente en todo momento al protagonista de cada escena. Hay que hacer especial mención a la escena del Rectum al principio de la película. En esta, la cámara no para de girar, moviéndose llena de una furia ebria de venganza y violencia sin sentido, metafórica y literalmente para nosotros en ese momento. Vemos luces, destellos, felaciones y más elementos incómodos. Aquí radica la genialidad de Gaspar Noé, en sus movimientos de cámara que traslada al espectador a la mente de los protagonistas. Movidos por el lado más salvaje del ser humano, toda esa desesperación y confusión llega a lo más profundo a través del plano secuencia, que hace el instante eterno e inaguantable.
Como espectadores acomodados no estamos acostumbrados a escenas tan crudas y largas (menos mal), esperamos que alguien las pare, que algo suceda, incluso Noé juega a poner una silueta impersonal de fondo que ve la situación y simplemente se retira. Pero esta ficción juega a ser real, y concluye con cruel monotonía.
Fuera de metafísicas sobre el tiempo y la violencia, fuera de lecturas sociales alejadas, el director transmite al espectador la lúcida idea de que, tanto en la ficción como en la realidad, los sucesos son impredecibles y el tiempo pasa, sin que apenas podamos hacer nada, a gran escala, fuera de nuestros pequeños mundos, solo podemos apartar la vista, apagar la pantalla, pero sigue pasando, y él se encarga de recordarlo. La euforia del momento da paso a la incertidumbre del devenir, transformando, como en la última escena, una acción feliz en algo cruel y triste.
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